Conciertos
Historia de un mal sonido en un concierto costoso de rock, o cómo es de frágil un evento musical masivo
Cuando los percances de sonido hacen mella en conciertos de primer nivel y elevados costos, la confianza del público tambalea. SEMANA examina una situación de muchos engranajes en la que la culpa no siempre recae en la organización.
El calendario y el tamaño de sus eventos prueba que Colombia es una parada mundial establecida de la música en vivo, y este es un logro que no se puede dejar de resaltar. Esa congregación de centenares de extranjeros junto con decenas de miles de colombianos buscando el gozo colectivo viene sucediendo en conciertos de múltiples géneros. Brota en el Estéreo Picnic, se percibió en las presentaciones de Dua Lipa, de Harry Styles, en las varias fechas de Coldplay, en el reguetón de Bad Bunny, en el rock de Def Leppard y en tantas más que han tenido lugar en Colombia. La ola es real y, por eso, la expectativa es cada vez más alta. La cantidad aquí exige una calidad que la soporte.
A muchísimos de esos creyentes musicales se les vio en el festival Monsters of Rock, que cerraba con el concierto de una de las agrupaciones de rock más influyentes de la historia, Kiss, antecedida de bandas de recorrido notable como Scorpions, Deep Purple, Helloween y Angra. La tarde y noche de estos cinco actos históricos en el estadio El Campín costaba poco menos de 900.000 pesos en grama (la localidad más costosa y tan polémica por el fútbol). El precio no es asequible para la mayoría de colombianos, es claro, pero va acorde con la promesa de un cartel de peso histórico que, se espera, suene inolvidable, mejor de lo esperado. Y nadie hubiera recordado dicha suma si eso hubiera sucedido.
La expectativa de escuchar música en vivo de primer nivel con la potencia y la calidad que permite habitarla físicamente se derrumbó y dejó zozobra. Y si bien se suele aceptar que en boletas menos costosas la experiencia es menos envolvente (en muy pocos casos se rompe esta regla), en esta ocasión la insatisfacción afectó a todos. Estas fechas no se repiten a menudo, se esperan por meses o años, y cuando no salen bien dan pie a frustraciones profundas. Cuando un concierto suena mal, reflotan además los percances del pasado. La gente que pagó General para ver a Dua Lipa vuelve a llorar lo poco que escuchó.
Quedan entonces las preguntas: ¿por qué una banda como Scorpions, que sonó supersónica el 80 por ciento de su toque, vio su sonido caerse en pleno clímax? ¿Por qué una banda gigante, de nivel mundial como Kiss, sonó tan mal un año después de sonar indiscutible en el Movistar Arena de Bogotá? Esas dudas ardientes explican por qué, cuando el promotor del evento compartió fotos del evento en sus redes, recibió escarnio. La pregunta es si es justo que el promotor reciba los golpes. Es normal que los reciba, es quien arma el circo y contrata a los talentos, pero, y ¿si estos fallan? ¿Es justo? Una credibilidad está en juego.
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Un concierto masivo es un ecosistema de enorme complejidad y volatilidad, una maraña de situaciones previas y simultáneas cuyo resultado exitoso depende de mucho más que de buenas intenciones. Además, es evaluado por un rango de 10.000 a 30.000 almas, muchas de las cuales no se ayudan, haciendo fila y desgastándose sin necesidad desde la noche anterior a un día que les pide resistencia. El público debe exigir, pero también ser estratégico y cuidarse. Además, por lamentable que suene, debe entender que la mala suerte y el error humano juegan su rol en el trabajo y esfuerzo coordinado de cientos de personas de montaje, sonido, logística, ingeniería, iluminación, además de los artistas.
Un concierto masivo es un ecosistema de enorme complejidad y volatilidad, una maraña de situaciones previas y simultáneas cuyo resultado exitoso depende de mucho más que de buenas intenciones. Además, es evaluado por un rango de 10.000 a 30.000 almas, muchas de las cuales no se ayudan...
Más allá de quienes protagonizan el show, solo una persona tiene en un concierto la potestad de “un dios”: el ingeniero de sonido, que desde consolas de primer nivel debe sortear desgastes o desajustes y responder ágilmente. El ingeniero maneja, desde su experiencia, la consola de la que dispone: los más grandes headliners traen la suya, otros utilizan la que les dispone la organización local, con las especificaciones exigidas. Y desde ahí trabaja su magia para que su artista brille, o no, a través del equipo de amplificación (que corre por cuenta de la organización local). Cada banda tiene su ingeniero, y no todos responden de la misma manera. Al mejor panadero, dicen, también se le quema el pan en la puerta del horno.
Cada banda tiene su ingeniero, y no todos responden de la misma manera. Al mejor panadero, dicen, también se le quema el pan en la puerta del horno.
“Cada vez que voy a un concierto, mi experiencia, por encima de cualquier otra, es la del sonido. Después de 45 años, lo que me interesa es que sea bueno”, le dice a SEMANA el DJ y experto musical Andrés Durán, quien desde Radiónica comparte su sabiduría y recorrido hace décadas. Con un oído educado en la escena de Los Ángeles, Durán ha afinado su exigencia con el paso de los años y de cientos de recitales: “En Colombia me he salido del 35 o 40 por ciento de los conciertos a los que he ido. Es fácil para mí detectar que el sonido está malo, como el de Kiss, que no se oía ni mierda. Pero también me salgo si está muy duro y me están masacrando los oídos”.
Sobre qué sucedió en el Monsters of Rock, un ejemplo de lo que puede salir mal durante un concierto de alto vuelo, Durán libera de responsabilidad a los promotores. Explica que, según sus fuentes, el sistema de sonido fue el mismo que con Def Leppard dejó grandes memorias en el ventarrón del Simón Bolívar. Durán señala a los ingenieros de Scorpions y de Kiss como responsables del desenlace. De estos, sin embargo, separa al de Deep Purple, un viejo lobo que logró maravillas en 2014 en el coliseo El Campín y entregó, de lejos, el mejor sonido del Monsters.
Los conciertos son como una ruleta rusa: ¡ojalá que el PA sea bueno! ¡Ojalá que el ingeniero sea bueno! ¡Ojalá que la consola no saque la mano! ¡Ojalá la luz no tenga sobresaltos!
Durán concluye que en los grandes espectáculos, por más profesional que sea todo, es difícil escapar al imprevisto: “Son como una ruleta rusa: ¡ojalá que el PA sea bueno! ¡Ojalá que el ingeniero sea bueno! ¡Ojalá que la consola no saque la mano! ¡Ojalá la luz no tenga sobresaltos!”.
Para el empresario y gestor Carlos Oñoro, de Magic Talent y Rockero.org, hacer conciertos es complejo en Colombia, pero si se tiene el dinero, los equipos están disponibles para ofrecer la mejor experiencia. “En cuanto a producción, Colombia está lista”, asegura, y señala que en el Monsters of Rock se vieron incluso no dos, sino cuatro torres de sonido, que implican un esfuerzo porque el sonido llegará a todos los asistentes, lejos o cerca. Oñoro también secunda que la parte técnica estaba a la par de lo exigido, pero que el sonido no estuvo ahí. “La gente también debe entender que quizá estamos pagando mucho por un concierto muy grande, porque la experiencia siempre sufre”, suma.
Colombia y Páramo Presenta no estuvieron por debajo del reto. Los ingenieros, por pánico, negligencia o mal juicio, fallaron. ¿Cómo sucedió? Al ingeniero de Scorpions, a quien le dieron la consola que pidió (si no se cumplen los requerimientos, los artistas no saltan a escena), no supo cómo reaccionar ante un imprevisto en el momento clave del concierto. “No se dejó ayudar y empezó a cometer errores”, relata Oñoro. El coitus interruptus fue notable porque Scorpions, luego de dos o tres canciones en las que calentó, se hizo sentir poderosamente. Sí llegó a la perfección, y luego esta se desvaneció.
En su defensa, en Twitter, el consultor y productor colombiano Teo Echeverría, quien integra la gira de la banda alemana, aseguró que “la consola era local, y si bien hubo líos (faders descompuestos), es por lejos el mejor show del Monsters of Rock Latam para todas las bandas. Y con una vara en términos de producción que no se superará en el resto del tour”. En lo que a show respecta, visualmente, fue notable, pero un concierto con show visual y sonido fallido es un asado sin carne.
En el caso de Kiss, más notable aún, porque debía cerrar el espectáculo y por la expectativa enorme, el sonido fue una pálida entrega incomparable con lo que la banda entregó un año atrás, en el Movistar Arena. La Arena, según cuenta Oñoro, tiene una consola a la que se adaptan los artistas que ahí tocan. En El Campín fue distinto, Kiss operó con su propia consola y consideró, siempre, que estaba dando el mejor show posible. Los promotores le pidieron más potencia y el ingeniero los borró de su espacio. El público le importó poco.
Como si los imprevistos y los egos no fueran suficientes, Oñoro además menciona algo que pudo influir en estos percances de sonido: en festivales que incluyen bandas de tanto peso, la competencia y hasta el pequeño sabotaje no son prácticas tan raras. Las bandas quieren sonar mejor que las otras, a veces a costos insospechados.
Al respecto de estos diseños sonoros, Diego Castro, gerente de producción de Ocesa, ofrece su perspectiva. “Desde la producción local se interviene en el proceso de diseño y montaje del sistema de audio. Cuando en el diseño se identifican espacios sin cubrimiento, se solicitan ajustes en el diseño del arreglo de audio”, asegura. Y ante esa percepción de que en tribuna general se escucha peor que en VIP, responde: “No es así, por el contrario, cuando se está diseñando el sistema de audio para cada show se identifican diferentes variables que pueden afectar el audio para todo el público, se pueden mencionar algunos como, distancia de ubicación de público, clima, hora del show, aforo, cantidad de localidades, entre otros”.
Hago un llamado al que ama la música a que cierre los ojos
Para sentir la verdad de un buen sonido, que no se explica con palabras, se siente en el cuerpo, Oñoro sugiere volver a la raíz: “Hago un llamado al que ama la música a que cierre los ojos”.